sábado, 17 de julio de 2021

A mi querido perrito Goku

 Antes de que nuestras hijas llegaran a nuestras vidas, la familia la conformábamos mi mujer, yo y nuestro perrito Goku. Lo adoptamos cuando no tenía ni un mes de vida y siempre fue uno más entre nosotros. Por estas fechas hará doce años que nos dejó, pero, muchas veces, cuando entro en la cocina, todavía me parece verlo detrás de la vidriera de la galería, dando saltos de alegría para que lo saque a pasear.

Nunca olvidaré el día en que se marchó y, aún hoy, me pregunto si lo que ocurrió fue real o más bien producto de mi imaginación debido al estado de pena en el que me encontraba. Recuerdo que fue un sábado por la mañana. Era finales de Noviembre y el frío ya había llegado a la isla. Goku estaba en la galería, que era donde tenía su casita y donde dormía por las noches. Nuestra Galería no es muy grande, apenas ocho metros cuadrados, pero él era un perro de raza pequeña y desde cachorro se había acostumbrado a dormir allí. Aquella mañana, la galería, que estaba acristalada, se encontraba cerrada a cal y canto, para que el frío no entrara en casa. Yo decidí ducharme, encendí el termo en la galería y luego, al salir, cerré la corredera. Después de ducharme, volví para cerrar el termo. Cuando entré en la cocina, vi los cristales de la corredera totalmente empañados. Cuando abrí la corredera, vi a Goku tumbado en el suelo y un fuerte olor a gas me invadió. Lo siguiente que sentí fue como se me encogía el corazón en un puño. Grité el nombre de Goku, pero no encontré respuesta. Su cuerpo seguía inerte cuando abrí las correderas exteriores para que entrara el aire de la calle. Mi mujer entró en la cocina asustada preguntándome que pasaba. Yo ya estaba arrodillado junto a él. Recuerdo gritar su nombre y cogerle de una de sus patas, moviéndola de un lado a otro, como si así fuera a conseguir que me respondiera. Seguidamente lo cogí en brazos y me lo llevé al balcón, donde el aire era más puro. Le hice el boca a boca, recordando la hazaña de un bombero que había salvado a un gato efectuando dicha maniobra en aquellas mismas circunstancias. Por un momento se despertó y levantó la cabeza, mirándome fijamente. Pero solo fue un leve espejismo, porque enseguida se volvió a desmayar. Viendo que no tenía nada que hacer, lo cogí en brazos y salí a la calle con él. Recorrí los cuatrocientos metros que separaban mi casa de la clínica veterinaria que estaba junto al Eroski. Durante todo el trayecto iba gritando su nombre, sin dejar de llorar. La gente que pasaba a mi lado me miraba sorprendida por mi actitud, pero a mí me daba igual. Cuando entré en el veterinario, me indicaron que pasara con él a una habitación, saltándome el turno de los que allí esperaban, que muy amablemente asintieron para que me atendieran antes que a ellos. A duras penas, y como pude, les expliqué lo que había pasado. Recuerdo ver a Goku sobre una camilla, tres personas alrededor de él y alguien colocándole un respirador manual para intentar reanimarlo. Una de las chicas que atendía a Goku me indicó que era mejor que saliera y esperase fuera. Todos los clientes que estaban presentes aquel día en la consulta se acercaron a mí para intentar tranquilizarme, porque no había parado de llorar en ningún momento. No pasaron más de dos minutos cuando la chica que me había pedido que esperase fuera salió de nuevo y me dijo lo que yo ya me esperaba. Viendo la angustia que sentía, me invitó a que pasara dentro para despedirme por última vez de mi fiel compañero. En aquella habitación lloré como nunca lo había hecho en mi vida. Tras firmar los papeles para que se hicieran cargo de su cuerpo me dirigí de nuevo a casa y le di la mala noticia a mi mujer. Lo que no entendíamos era como podía haberse llenado la galería de gas, pues había un tubo de hierro que comunicaba el termo con el exterior. Pero, como suele decirse, a veces las desgracias vienen por un cúmulo de circunstancias: Resulta que unos pájaros habían entrado en el interior del tubo y habían hecho un nido. Cuando uno piensa en un nido se imagina el típico cuenco hecho con cuatro ramas y que hemos visto tantas veces por televisión o en libros. ¡Pues no, señores! Cuando desmonté el tubo de evacuación, que tiene un grosor interior de veinte centímetros, estaba totalmente taponado por ramas, paja y hojas a lo largo de medio metro. Aquello causó que el gas quemado y el calor creado por el termo, en vez de salir por el tubo al exterior, volviera hacia atrás y quedara dentro de la galería. No recuerdo si el tipo de gas era natural, ciudad, propano… lo que sí recuerdo es que era más pesado que el aire y que se acumulaba en el suelo, donde descansaba mi querido Goku. Todo aquello no mitigó ni un ápice el sentimiento de culpa que yo tenía por la muerte de mi compañero. Mi mujer y yo nos pasamos todo el día en casa, llorando, recogiendo sus cosas y mirando tantas y tantas fotografías en las que aparecía nuestro querido Goku. Pero ahora viene lo extraño de todo este asunto. Al día siguiente, mi mujer se despertó antes que yo y se fue a desayunar. Yo me quedé en la cama, en ese estado de vigía en el que no sabes si ya te encuentras en la realidad o todavía permaneces en el onírico mundo de Morpheo. El caso es que escuché como mi mujer abrió las correderas de la galería para airear la casa, como solía hacer cada mañana. Y como cada mañana, sentí las patitas de mi perrito rasgando el suelo con su uñas para venir corriendo a mi lado. Yo estaba boca abajo, con un brazo colgando por el lateral de la cama y ¡os juro por Dios que sentí como me lamían la mano! Debido a que estaba medio dormido, no tenía en mente todo lo que había pasado el día anterior y lo único que dije varias veces fue «Goku, deixem» (Goku, déjame). En aquel momento mi mujer entró en el cuarto y me preguntó que con quién hablaba. Fue entonces cuando cobré conciencia de todo y me reincorporé, alarmado por lo que acababa de sentir. Enseguida miré a mi lado, pero allí no había nadie. Vosotros diréis que todo fue producto de mi imaginación, pero para mí fue muy real. Muchas veces he pensado que quizá mi subconsciente me hizo imaginar aquella situación, intentado crear un escenario en el que nada de lo ocurrido el día anterior hubiera tenido lugar. Sí, tal vez penséis que me he vuelto loco, pero a mí me gusta pensar que la última vez que estuve con Goku no fue en aquella fría habitación del veterinario… me gusta pensar que mi perro vino a mi lado para lamerme la mano y decirme que no me culpaba de nada de lo ocurrido. Me gusta pensar que algún día volveremos a encontrarnos y que volveremos a rodar por el suelo de casa, él mordiéndome con delicadeza las manos… yo dejando que lo haga. Deseo que llegue ese día, aunque por el momento tengamos que esperar un poco más.



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