Ana abrió
los ojos. El mundo real comenzó a tomar forma en su mente, aunque no podía
distinguir más que sombras y alguna que otra silueta borrosa de los objetos
del salón. Lentamente se incorporó,
hasta permanecer sentada en el suelo. Todo a su alrededor parecía moverse al
ritmo de una danza macabra y aunque intentaba mantenerse consciente, el intenso
dolor de cabeza que le asediaba no parecía ayudarla en absoluto.
Haciendo un
gran esfuerzo, logró llegar hasta el sofá y se sentó en él, apoyando la cabeza sobre
el respaldo. Aquella postura parecía aliviar el dolor, aunque solo fuera
levemente. ¿Qué había pasado? ¿Cómo había llegado a aquella situación? Intentó
recordar el momento anterior antes de perder la consciencia, pero una sombra
opaca parecía ocultar lo ocurrido. Un nudo en la garganta le impidió tragar
saliva e inconscientemente se llevó la mano al cuello. En aquel momento, un
cúmulo de imágenes se formó en su cabeza. Roberto, su marido, estaba frente a
ella, gritándole a viva voz, aunque ella no podía oírle. Una bofetada hizo que
cayera al suelo de espaldas. Entonces él se puso encima de ella,
inmovilizándola con su cuerpo. Sus manos se cerraron sobre su cuello como
tenazas y Ana se sumergió en la oscuridad. Su marido había intentado matarla,
pero al parecer no lo había conseguido.