sábado, 15 de mayo de 2021

Al cruzar la línea

 

Ana abrió los ojos. El mundo real comenzó a tomar forma en su mente, aunque no podía distinguir más que sombras y alguna que otra silueta borrosa de los objetos del  salón. Lentamente se incorporó, hasta permanecer sentada en el suelo. Todo a su alrededor parecía moverse al ritmo de una danza macabra y aunque intentaba mantenerse consciente, el intenso dolor de cabeza que le asediaba no parecía ayudarla en absoluto.

Haciendo un gran esfuerzo, logró llegar hasta el sofá y se sentó en él, apoyando la cabeza sobre el respaldo. Aquella postura parecía aliviar el dolor, aunque solo fuera levemente. ¿Qué había pasado? ¿Cómo había llegado a aquella situación? Intentó recordar el momento anterior antes de perder la consciencia, pero una sombra opaca parecía ocultar lo ocurrido. Un nudo en la garganta le impidió tragar saliva e inconscientemente se llevó la mano al cuello. En aquel momento, un cúmulo de imágenes se formó en su cabeza. Roberto, su marido, estaba frente a ella, gritándole a viva voz, aunque ella no podía oírle. Una bofetada hizo que cayera al suelo de espaldas. Entonces él se puso encima de ella, inmovilizándola con su cuerpo. Sus manos se cerraron sobre su cuello como tenazas y Ana se sumergió en la oscuridad. Su marido había intentado matarla, pero al parecer no lo había conseguido.

Un ruido en el dormitorio la puso en alerta. Roberto todavía seguía allí. Con gran esfuerzo se puso en pie y se dirigió hacia la puerta principal. Tenía que salir de la casa antes de que su marido volviera a entrar en el salón. Roberto se había equivocado al darla por muerta y, si la atrapaba de nuevo, no tendría una segunda oportunidad para seguir viva. Haciendo el menor ruido posible, abrió la puerta y salió al porche.

No había dado tres pasos cuando chocó con alguien. Ana gritó presa del pánico.

—Tranquila, ya estamos aquí —dijo un hombre, sujetándola de los brazos.

Ana alzó la vista y vio que se trataba de un agente de policía.

—Mi compañero está en el coche —prosiguió el agente, señalando un vehículo policial aparcado en la acera—. Recibimos un aviso y nos acercamos para…

—Mi… mi marido —balbuceó Ana.

—¿Qué pasa con su marido?

—Está dentro, ha… ha intentado…

—Tranquilícese. Voy a echar un vistazo.

El agente entró en la vivienda y volvió a salir al cabo de unos minutos. Después de hacerle una señal a su compañero, indicándole que todo estaba bien, se dirigió de nuevo a Ana.

—Señora, ahí dentro no hay nadie. Está usted sola.

—¿No hay nadie?. Habrá escapado.

—Nadie puede escapar de aquí.

—¿Cómo… cómo que nadie puede escapar de aquí?

—¡Ah! Ya veo. Todavía no se ha dado usted cuenta ¿Verdad?

—¿Cuenta de… de qué?

—Suele pasar al principio. Es muy común. No se preocupe, se acostumbrará.

—¿Acostumbrarme?

—Espere un momento. Ahora vuelvo.

El agente se dio la vuelta y se dirigió hasta el coche donde se encontraba su compañero.

Entonces Ana lo vio. No se había percatado hasta ese momento, pero ahora lo entendía todo. Mientras el agente se alejaba, Ana observó un enorme agujero en la parte posterior de su cabeza. Una masa viscosa surgió del interior, cayó al suelo frente a ella y lo manchó  todo de sangre.




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