«Otra vez
ese ruido. Cada noche igual.»
El
despertador digital marcaba las tres y veinte de la madrugada. El intenso color
rojo de los números iluminaba la habitación, dándole un
aspecto lúgubre a la vez que siniestro. Carmen se reincorporó y se sentó en el
borde de la cama. Mientras se colocaba las zapatillas, observó el otro lado del
colchón, que ahora permanecía vacío. Miquel, su marido, llevaba una semana
fuera de casa en un viaje de negocios, justo el mismo tiempo que ella llevaba
escuchando aquellos misteriosos ruidos por la noche.
Invadida por un ligero temblor, que le
era imposible de controlar, deslizó la mano por debajo de la almohada y agarró
con fuerza el cuchillo de cocina que había guardado por precaución. Estaba
segura de que alguien había estado entrando en la casa cada noche desde que Miquel
partió. Quizá supieran que su marido estaba fuera y habían decidido
aprovechar la situación. Pero, esta vez, Carmen se había armado de valor.
Silenciosamente salió de la habitación
y, con paso lento pero seguro, se dirigió al otro extremo del pasillo, donde se
encontraba el cuarto de su hija Clara. Tras abrir la puerta, comprobó que su
princesa seguía durmiendo. Entre sus brazos agarraba fuertemente a
Poti, su osito de peluche, sin el que no podía dormir. Cerró la puerta,
con mucho cuidado para no despertarla, y después bajó las escaleras sujetando
el cuchillo en alto.
«Es como una voz. Pero… no la entiendo.
Parece como si alguien hablara en otro idioma o… no, no es otro idioma, es… diferente»
Cuando se asomó al umbral de la puerta de la cocina, descubrió el origen de aquel sonido. Podía
haberse imaginado muchas cosas, pero aquello… era imposible.
«El diablo ha entrado en mi casa»
La nevera estaba abierta y la luz que
salía del interior dejaba entrever la silueta de la bestia, que permanecía de
espaldas a ella. No había duda, lo reconoció enseguida; su torso desnudo cubierto de pelo, sus cortas y deformes patas acabadas en pezuñas, sus desproporcionados
brazos que terminaban en garras y, sobre todo, esos enormes cuernos que sobresalían de
su perfilada cabeza.
Sin esperar un momento más, Carmen se armó de valor y se abalanzó sobre la bestia. No podía permitir que aquel monstruo invadiese su hogar, poniendo en peligro su vida y la de su hija. Atenazada por el miedo, le clavó el cuchillo repetidamente en la espalda. Incluso cuando la bestia cayó al suelo, siguió hundiendo la afilada hoja en su peludo torso, su cuello,
su rostro. Instantes después, cuando pensó que había acabado con aquel ser, con la respiración acelerada y el pijama repleto de sangre, Carmen se
puso en pie.
—Car… Carmen— masculló Miquel a
duras penas, mientras la vida se le escapaba a borbotones por las heridas de su
cuerpo.
—¡Dios mío! ¿Mi.. Miquel, eres tú? No…
no puede ser.
Miquel alzó la mano, intentando alcanzar
a su mujer.
—No puede ser —repitió Carmen, con el
rostro desencajado—. ¿Tú… tú eres el diablo?
—¿Qué… qué dices?
—Todos estos años me has tenido engañada,
sin yo saberlo. Pero ahora ya lo sé y…
Carmen se quedó inmóvil durante un par
de segundos, como absorta en sus pensamientos. Lentamente giró la cabeza y
dirigió la mirada hacia la habitación de Clara.
—Entonces, ¿si tú eres el diablo…
—pronunció pausadamente.
—¡No… no Carmen, no…!
La luz de
Miquel se apagó.
Carmen extrajo el cuchillo del cuerpo
sin vida de su marido y, con la seguridad de haber tomado la decisión correcta,
subió las escaleras.
Al entrar en el cuarto de Clara, la
encontró despierta, sentada en la cama, aferrando con fuerza a Poti. Estaba
sonriendo, pero aquellos ojos bañados en sangre y aquella boca repleta de
afilados dientes, no hacían más que confirmar sus sospechas.
—Mami —susurró Clara, a la vez que se
frotaba los ojos con sus diminutas manos—. ¿Qué pasa, mami?
Carmen avanzó con el cuchillo en alto.
J.R. Frau Castro
Agosto 2.019
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