domingo, 13 de junio de 2021

El intruso

     

El hall era inmenso. Enseguida pensé que si el resto de la casa era igual de grande, iba a tener mucho trabajo para planificar un sistema de protección para todo el edificio. Una señora de mediana edad, seguida de una niña y un perro, que no paraba de saltar a su alrededor, entraron por una puerta lateral.

—Buenos días, soy la propietaria de la casa —dijo la señora, con un porte muy distinguido.

—Hola, soy Noelia Gómez —me presenté, extendiendo la mano—. Vengo de la agencia de seguridad para realizar la planificación del sistema de alarma que usted nos solicitó.

Después de las debidas presentaciones, me indicó con que nos sentáramos en un lujoso tresillo y me ofreció una taza de café.  La niña se situó a nuestro lado, sin dejar de jugar con el perro.

—¡Shirley, estate quieta! —le reprendió la señora—. ¡Compórtate, que tenemos visita!

La niña le hizo caso y se sentó en un sillón junto a ella. El perro se acomodó a su lado, mientras le lamía las manos.

—Verá. Llevamos varios días escuchando ruidos por la noche —me explicó la señora—. Nos asusta que alguien quiera entrar para robar. Esta casa es muy grande y debido a ello es muy difícil asegurar todas las entradas posibles, para evitar que nos entre algún intruso. Es por eso que les hemos llamado. Necesito un sistema de alarma para estar más seguros.

—No se preocupe. Nuestra empresa es muy efectiva en casos como este. Aseguramos cualquier entrada de la casa, así como el perímetro exterior. Colocamos sensores en todas las puertas de acceso, cámaras de vigilancia en puntos estratégicos y un sistema de aviso a la policía en caso de intrusión. Para confeccionarle un presupuesto, necesitaría echar un vistazo al resto de la casa.

—Claro que sí. Si quiere acompañarme, empezaremos por las habitaciones de arriba.

Nada más levantarnos, la niña se abalanzó sobre mí y me cogió de la mano. El perro se colocó delante, como si quisiera hacernos de guía en la visita a la casa.

—Shirley, no molestes. Ve a jugar al jardín. Esta señora y yo tenemos cosas que hacer.

La niña me miró con una gran sonrisa y luego salió por una de las correderas que daban a un soleado jardín. El perro la siguió sin dejar de dar saltos a su alrededor.

—Discúlpela. Le gustan mucho las visitas. Cada vez que viene alguien hace lo mismo.

—No se preocupe. No me ha molestado para nada.

Seguidamente la señora me enseñó las habitaciones y el resto de la casa. Durante algo más de una hora estuve tomando apuntes. Tal como sospechaba, aquella casa era inmensa.

Al final nos dirigimos de nuevo al hall y la señora me acompañó hasta la salida. Junto a la puerta había un pequeño mueble recibidor. Sobre un estante reposaba una fotografía de Shirley.

—Es mi hija —dijo la mujer, cuando me vio observar la fotografía.

—Tiene usted una hija preciosa —le dije—. Y además muy simpática.

La señora me observó con extrañeza y su rostro se transformó, como si algo se hubiera roto en su interior.

—¿Cómo que… que simpática? ¿Es que… conocía usted a Sara?

—¿Sara? —dije con sorpresa—. Yo creí que se llamaba Shirley. Yo…

—Shirley es el nombre de nuestra perra. La que ha estado con nosotras mientras hablábamos sentadas. Mi hija murió hace dos semanas.

En aquel momento me quedé sin habla. Después de disculparme, salí de la casa pensando en lo que acaba de ocurrir y, desde entonces, he llegado al a conclusión de que mi misión en la vida es muy diferente a lo que tenía pensado hasta ahora.

Lo más difícil va a ser cómo explicarle a la señora que los ruidos, que se escuchaban en la casa por la noche, no eran causados por ningún intruso.




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