miércoles, 26 de octubre de 2016

La nieta



            Me levanté a las ocho de la mañana para ordenar la ropa que el día anterior había trasladado desde casa de mis padres hasta mi nuevo hogar. Había pasado mi primera noche entre los muros de la casa que iba a formar parte de mi nueva vida. Todavía resonaban en mi mente las palabras que mi madre había pronunciado la noche anterior:

- Te vas porque quieres. ¿Dónde vas a estar mejor que aquí?
-  Mamá, ya lo hemos hablado. Necesito mi espacio y no voy a depender toda la vida de vosotros.

La despedida fue dura para ella, pero la decisión estaba tomada.

El reloj de la cocina marcaba las nueve y media de la mañana y mi estómago empezaba a reclamar con ganas su ingesta diaria matinal. Todavía no había realizado ninguna compra de alimentos, así que decidí bajar al bar de enfrente y tomarme un café con leche y un croissant. Después seguiría con la faena.

Cerré la puerta con llave y me dispuse a coger el ascensor. Pulsé el botón de llamada, pero la luz roja de puesta en marcha no se encendió. Volví a pulsarlo varias veces seguidas, pero el efecto fue el mismo. Acerqué el oído a la fría puerta de hierro del ascensor para confirmar si se había puesto en movimiento, pero no escuché nada. Parecía que el ascensor se había averiado. Era extraño, pues el día anterior funcionó perfectamente cuando subí las cajas con la ropa. Miré la escalera y me dirigí hacia ella. Bajar cinco pisos o subirlos no sería un problema para mí, pero todavía quedaban varios enseres que trasladar desde casa de mis padres. Sólo esperaba que para entonces el ascensor estuviera arreglado.

Al llegar a la segunda planta, me encontré con un hombre que estaba agachado junto a la puerta del ascensor, murmurando palabras que apenas lograba entender. De pronto se puso en pie y, con movimientos torpes, se dio la vuelta y se quedó mirándome. Era un hombre mayor. Calculé, por su apariencia, que debía tener más de ochenta años. Debido a su extrema delgadez daba la impresión de que la ropa, que era de una talla pequeña, le sobrara por todos lados. Todavía conservaba una abundante cabellera blanca, peinada hacia atrás, y sus llamativos ojos azules parecían estar a punto de llorar.

-          ¡Está roto! – le dije – parece que no funciona.

El anciano levantó lentamente la mano señalando al ascensor. Su cuerpo parecía estar temblando de frío dando una sensación de extrema fragilidad.

-          Mi nieta – dijo al fin con voz temblorosa – Se ha quedado encerrada en el ascensor.

lunes, 3 de octubre de 2016

Reseñas de Puerto Rojo: La conjura del Mal.

Después de dos meses llega la primera reseña a mi novela Puerto Rojo: la conjura del Mal.


Reseña 1:  3 Octubre 2016



Reseña 2: 12 Octubre 2016















Reseña 3: 15 Octubre 2016



cita a Puerto rojo: La conjura del Mal

https://www.amazon.es/dp/B01I5ZCG26

Un rugido, proveniente de la entrada a la trastienda, llamó su atención. Josep entornó los ojos, intentado dilucidar entre las sombras su procedencia. Dos minúsculas esferas rojas de fuego se vislumbraron en la amenazante negrura, a pocos metros de él. Su corazón volvió a latir a toda prisa, sin haberle dado tiempo a recuperarse. La incertidumbre de lo que se escondía en la oscuridad quedó desvelada cuando un enorme can apareció bajo la tenue luz de la bombilla. Josep reconoció aquel enfurecido animal. Lo había visto en la carátula de la película que acababa de recibir. Los ojos rojos inyectados en sangre. Los agrietados labios estirados hacia atrás, que dejaban ver una hilera afilada de dientes, confiriéndole una risa demoníaca. La babeante boca. El pelo erizado, empapado y humeante, como si le acabaran de lanzar un cubo de agua hirviendo. Incluso el mordisco gangrenado de su hocico era el mismo.
El rugido se fue haciendo cada vez más intenso, en una especie de cuenta atrás que Josep sabía que desembocaría en el ataque del animal. Lo siguiente que sintió Josep fue el abrasador y pútrido aliento de la bestia al desgarrarle el cuello y la vida.

Un guiño a Cujo, de Stephen King.