La anciana
observaba con alegría como su nieta se divertía meciéndose sobre su
caballito balancín de color rosa. Últimamente se encontraba muy sola y las
visitas de su pequeño pajarillo, como ella le llamaba, se convertían en el
momento más esperado de la semana.
—¡Abuela!,
mira como corre mi caballito —gritaba la niña sin parar de reír.
—¡Cuidado,
cariño! No te mezas tan fuerte que te vas a caer.
Como
impulsada por un muelle, la niña se bajó del caballo y se dirigió hacia un
antiguo canterano de madera que estaba apoyado sobre la pared. Tras
coger un pequeño marco de plata, colocado en la parte superior, se acercó hasta
su abuela y le mostró la imagen que contenía.
—¿La que
está conmigo es mi mamá?
La abuela
observó la fotografía y asintió, sin poder evitar derramar una lágrima.
—¿Y dónde
está? ¿Por qué no juega con nosotros?
—Verás,
cariño. Mamá no puede estar con nosotros. A ella le gustaría mucho poder estar contigo,
pero has de saber que, aunque no puedas verla, ella siempre estará a tu lado,
cuidando de ti.
Unos pasos
resonaron fuera de la habitación y la puerta se abrió.
—¿Mamá,
estas bien? —preguntó su hija, mientras examinaba la sala —. Me había parecido oírte
hablar con alguien.
—Estoy
perfectamente —sonrió la anciana, sujetando entre sus temblorosas manos el marco
de plata.
Mientras tanto,
el caballito de color rosa seguía balanceándose sin que nadie lo impulsara.
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