miércoles, 9 de octubre de 2019

La visita


La anciana observaba con alegría como su nieta se divertía meciéndose sobre su caballito balancín de color rosa. Últimamente se encontraba muy sola y las visitas de su pequeño pajarillo, como ella le llamaba, se convertían en el momento más esperado de la semana.
—¡Abuela!, mira como corre mi caballito —gritaba la niña sin parar de reír.
—¡Cuidado, cariño! No te mezas tan fuerte que te vas a caer.
Como impulsada por un muelle, la niña se bajó del caballo y se dirigió hacia un antiguo canterano de madera que estaba apoyado sobre la pared. Tras coger un pequeño marco de plata, colocado en la parte superior, se acercó hasta su abuela y le mostró la imagen que contenía.
—¿La que está conmigo es mi mamá?
La abuela observó la fotografía y asintió, sin poder evitar derramar una lágrima.
—¿Y dónde está? ¿Por qué no juega con nosotros?
—Verás, cariño. Mamá no puede estar con nosotros. A ella le gustaría mucho poder estar contigo, pero has de saber que, aunque no puedas verla, ella siempre estará a tu lado, cuidando de ti.
Unos pasos resonaron fuera de la habitación y la puerta se abrió.
—¿Mamá, estas bien? —preguntó su hija, mientras examinaba la sala —. Me había parecido oírte hablar con alguien.
—Estoy perfectamente —sonrió la anciana, sujetando entre sus temblorosas manos el marco de plata.
Mientras tanto, el caballito de color rosa seguía balanceándose sin que nadie lo impulsara.