—¡Venga, papá! ¡Vamos a
jugar!
—Ahora no puedo Anita. Tengo
que terminar este trabajo.
—Nunca quieres jugar conmigo—
me increpó, agarrándome de la camisa con sus diminutas manos.
Estaba seguro de que Ana no pararía hasta que accediese a sus pretensiones. Suspiré y, después de
quitarme las gafas, me masajeé el tabique nasal. Quizás fuera mejor parar un
momento y descansar. Tanto tiempo delante de la pantalla del ordenador no podía
ser bueno; todo el mundo lo decía.
—Está bien. Jugamos al
escondite. Tú te escondes y yo te busco. Pero solo una vez, ¿vale?
Sin decir una palabra salió
corriendo de la habitación.
—¡No me encontrarás nunca! —gritó desde el pasillo.
Difícil no encontrar a una
niña de seis años en una casa de ochenta metros cuadrados. Tres habitaciones,
una sala, una cocina y un pequeño baño. Pocos sitios donde esconderse… pocos
sitios donde buscar.
—¡Voy!
Salí de la habitación y
comencé a buscarla.
De aquello hace ya dos años... y el juego aún no ha acabado.
«Imposible que saliera de la casa. La puerta
principal la cierro con llave. Siempre
me ha dado miedo que Anita abra la puerta a algún desconocido», le conté a la policía.
Hace tiempo que cerraron la investigación, pero yo todavía no me doy por vencido.
Además, sé que está aquí,
escondida en algún lugar.
Todavía huelo su colonia cada
vez que salgo al pasillo. Escucho su risa burlona que resuena como un eco
interminable, proveniente desde algún
recóndito lugar de la casa. Aún oigo sus pasos, cambiando de escondite cada vez que
me acerco a ella.
Sé que está aquí porque de
vez en cuando me estira de la camisa por detrás, pero cuando me vuelvo, solo logro
percibir una sombra que se desliza hasta otra habitación. Y entro en ella,
siempre pensando que esta vez la voy a encontrar, pero se me vuelve a escapar…
y se ríe de nuevo.
Hace ya dos años que me
dijo «No me encontrarás nunca».
J.R Frau Castro.
Palma de Mallorca 2.018
No hay comentarios:
Publicar un comentario